Las inmunizaciones que requiere el odontologo u odontologa no se diferencian sustanciálmente de las que puedan corresponderle a la población en general, pero adquieren casi una opción obligatoria en virtud del contacto que, como profesional de la salud, mantiene en forma habitual con enfermos o pacientes aparéntemente sanos que sin embargo pueden ser portadores de enfermedades aún desconocidas para la propia persona.
Dicho contacto no es solo por proximidad, sino que tambien se produce a través de los humores orgánicos como la sangre o la saliva a pesar del empleo de barreras que no siempre son totálmente efectivas.
Es un hecho constatable, que los programas de inmunización para los profesionales de la salud han logrado reducir al mínimo la morbimortalidad por enfermedades infecciosas prevenibles por las vacunas.
Las especificaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), establecen la vacunación de los miembros del equipo de salud como una parte imprescindible en los niveles de prevención primaria, enmarcados en el ámplio capítulo de la "higiene y seguridad en el trabajo".
La característica laboral del odontologo, lo expone a contraer enfermedades infecciosas por la vía aérea (sarampión, rubéola, tuberculosis, influenza, tos convulsa, difteria, varicela); por contacto con sustancias contaminantes (hepatitis A) o por transmisión parenteral (hepatitis B, VIH, VPH).
Tanto la morbilidad propia del profesional afectado, que repercute sobre el ausentismo laboral y sobre los costos y complicaciones que pudieran suceder, tanto como la transmisión vertical de la enfermedad (profesionales embarazadas), o la transmisión indirecta o cruzada (pacientes, familiares), constituyen verdaderos problemas de salud pública fácilmente controlables con la inmunización.
Por supuesto que la vacunación indiscriminada no se aconseja sin antes constatar los niveles de susceptibilidad y los registros que pueda disponer cada profesional, pero cuando ello no fuera posible debe recurrirse a la llamada "vacunación sucia", vale decir, el empleo de todas las vacunas disponibles en forma escalonada.
Las vacunas recomendadas por los organismos públicos de salud, cumpliendo los esquemas preestablecidos por los especialistas, y las obligatorias establecidas por ley, como la hepatitis B (ley 24.151), serían las siguientes :
HEPATITIS A
HEPATITIS B
INFLUENZA
TRIPLE VIRAL ( sarampión, rubéola y parotiditis)
VARICELA
TRIPLE BACTERIANA ACELULAR (d Tap)
( tos convulsa o coqueluche )
DOBLE BACTERIANA (d T) (tétanos y difteria)
VPH (virus del papiloma humano)
NEISSERIA MENINGITIDIS (meningococo)
ANTINEUMOCÓCCICA POLIVALENTE (24 y 13)
CONTRA EL HERPES ZOSTER
El riesgo epidemiológico sin embargo, se extiende a otras enfermedades inmunoprevenibles no rutinarias que han sido incorporadas al nomenclador establecido por el Departamento de Salud y su Agencia CDC ( Centros para el Control y Prevención de Enfermedades ) de los U.S.A, que funciona bajo la órbita del gobierno federal desde 1946, y que según puede apreciarse en los gráficos anexos, también se discriminan las vacunas recomendadas según la edad y segun el estado de salud de los adultos alcanzados por la normativa.
La vacunación de los profesionales de la salud, y de los odontologos en particular, debe constituir una operatoria de rutina desde el momento en que ingresan a la universidad, y mantenida y actualizada a lo largo de toda su carrera profesional. Se dice que el ser humano sano es un enfermo que ignora su enfermedad, y también que mantener la salud, no es solo patrimonio de la medicina intervencionista. Todas las medidas preventivas que el odontologo debe adoptar como consecuencia de desempeñar una
"profesión de riesgo", y de desarrollar su trabajo en un "área crítica" como lo es la clínica dental, serán pocas si no se echa mano a la totalidad de los recursos que la ciencia ha puesto a nuestro alcance.
Esperar a que la enfermedad aparezca para iniciar su abordaje, prescindiendo de los recursos que fueron creados para evitarla, es por lo menos un acto de irresponsabilidad ante la sociedad, y de ignorancia para quienes debieran ser los primeros en cuidar su calidad de vida, y al mismo tiempo los portadores ante la comunidad de un mensaje que ubique a la "protección específica" en el pedestal que le ha asignado la ciencia en el viejo esquema de los niveles de salud que diagramaran Leavell y Clark a mediados del siglo pasado.
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