No caben dudas que en las profesiones de la salud, las recompensas remunerativas han dejado de ser en muchos casos, ya no solo atractivos para el normal desarrollo del trabajo, sino que a veces resultan insuficientes para acceder a un nivel de vida digno. Muchos profesionales experimentan un verdadero vacío emocional cuando visualizan la discrepancia entre lo que pensaban al comienzo de su carrera, y lo que les ofrece el ejercicio de la profesión. Hoy en día, gran parte de los odontólogos dependen de su inserción en algún sistema privado de salud que en general les fijan unilaterálmente sus aranceles, y le imponen normas de trabajo que a veces vulneran la libertad de decisión del profesional, cercenando al mismo tiempo las posibilidades de reclamar condiciones dignas de trabajo. El ejercicio de la odontología, a su vez, le generan una propensión a enfermedades y accidentes profesionales que lo encuadran perféctamente en una "profesión de riesgo", y su hábitat de trabajo se conceptualiza como "área crítica". Esta situación ha sido perféctamente descripta por el Departamento de Trabajo de los EE.UU analizando un total de 974 ocupaciones que experimentan exposición a contaminantes, infecciones, condiciones azarosas, contacto con radiaciones y riesgos menores como quemaduras, cortes, desgarros y lesiones punzantes. Entre los 15 trabajos que pueden afectar la salud de quienes los realizan, los odontólogos ocupan el segundo lugar. El odontólogo en particular, suele visualizar los obstáculos que se le presentan para el ejercicio digno de su profesión, no obstante lo cual debe extremar al máximo su capacitación permanente para brindar una práctica indolora, emplear los nuevos materiales que le ofrece la industria dental, imbuirse de los nuevos conocimientos sobre la moderna ortodoncia, la implantología, la cirugía bucomáxilofacial y el abordaje de la enfermedad periodontal y la caries dental, enfermedades éstas últimas que afectan a gran parte de la humanidad, todo ello enmarcado por una serie de cuidados que respeten al máximo las normas de bioseguridad.
Hemos escuchado a muchos profesionales odontologos, atrapados en la maraña de la seguridad social y la medicina prepaga, expresar la falta de incentivos para llevar a cabo determinadas prestaciones por la exiguidad de los aranceles, en contraste con la responsabilidad que emana de su realización. El "por lo que me pagan", suele constituirse en un pretexto exculpatorio para el desgano y para la cumplimentación de requisitos insalvables, lo que significa un verdadero peligro para la salud. Sin embargo, saben muy bien que los profesionales de la salud, aún bajo esas condiciones, son los primeros en hacerse cargo de la responsabilidad de defender los criterios de calidad en la atención de los enfermos en particular, y de la salud pública en general.
La pandemia que vivimos, ha visibilizado los problemas a que fué sometida la profesión odontológica y las falencias personales e institucionales que resultaron extremádamente difíciles de superar, especialmente para quienes solo viven de su ejercicio privado.
Mientras tanto el número de odontólogos en nuestro país no cesa de crecer, y cada tanto aparece alguna nueva facultad, especiálmente privada (9 públicas y 11 privadas) que libera nuevos profesionales al mercado de trabajo que no se condicen con el aumento vejetativo de la población.
A fines de 2021, la relación odontólogo/habitantes ronda los 1/692 en todo el país, y en las grandes urbes puede llegar a 1/250.
Ya ni siquiera los docentes universitarios, logran despertar la pasión en sus educandos, como resultado de que ya no se esfuerzan en dicha tarea por la razón más que aceptable de considerarse incapaces de impactar en la conciencia de sus alumnos cuando ellos mismos padecen situaciones de injusticia, a pesar de su capacitación y dedicación.
El ejercicio de las profesiones de la salud, centra su eje en el sufrimiento humano, y ésta situación genera un plus en la responsabilidad de quienes disponen del conocimiento y las destrezas para mitigarlo. Pero si al final de su tarea no se consideran satisfechos con la compensación obtenida, su entusiasmo decae y la salud de sus pacientes puede resentirse.
Todos estamos contestes en que los miembros de la justicia, que accionan sobre la libertad, los bienes y la honra de los ciudadanos, deben estar bien remunerados para poder actuar con independencia, probidad y sin acechanzas que los puedan torcer en sus convicciones. Sin embargo no se aplica el mismo criterio para quienes cuidan de la salud y la vida de sus congéneres, y algunos, agobiados por la presión social, pueden desviar sus capacidades hacia la sobreprestación y el plus no permitido, aunque sin dejar de lado su compromiso con la racionalidad en el abordaje de los problemas que plantea la enfermedad.
En muchos casos, la retribución indigna e insuficiente obliga al profesional a jornadas agotadoras, multiempleo, subempleo, y en fin a bajar la guardia en la atención eficiente y en el tiempo empleado para sus prácticas, casi siempre urgidos por las mismas instituciones proveedoras de pacientes, con lo que se logra una verdadera cosificación del enfermo. En general los profesionales suelen reaccionar con indignación, que luego se transforma en resignación, que al decir popular "mata al talento". Ya Balzac decía que "la resignación es un suicidio cotidiano".
Esta situación, es de esperar que no sea eterna ni definitiva. Algún día las instituciones profesionales y los profesionales en particular, deberán alzar su voz para reclamar en forma decidida, y hasta compulsiva si el caso lo amerita, por una estrategia que evite la intromisión del lucro empresario en el abordaje de la salud, el respeto del trabajo profesional sin exclusiones ni manipulaciones, y el reconocimiento de la libertad de conciencia de los prestadores de servicios con base en su capacitación y su formación ética.
Si no queremos que se perpetúe la situación actual, la lucha de las viejas y las nuevas generaciones de profesionales deberá apuntar a dichos objetivos, pero siempre con la mirada puesta en el enfermo, que es el motivo de nuestra vocación por lo humano y de nuestra presencia en la sociedad.
Ya ni siquiera los docentes universitarios, logran despertar la pasión en sus educandos, como resultado de que ya no se esfuerzan en dicha tarea por la razón más que aceptable de considerarse incapaces de impactar en la conciencia de sus alumnos cuando ellos mismos padecen situaciones de injusticia, a pesar de su capacitación y dedicación.
El ejercicio de las profesiones de la salud, centra su eje en el sufrimiento humano, y ésta situación genera un plus en la responsabilidad de quienes disponen del conocimiento y las destrezas para mitigarlo. Pero si al final de su tarea no se consideran satisfechos con la compensación obtenida, su entusiasmo decae y la salud de sus pacientes puede resentirse.
Todos estamos contestes en que los miembros de la justicia, que accionan sobre la libertad, los bienes y la honra de los ciudadanos, deben estar bien remunerados para poder actuar con independencia, probidad y sin acechanzas que los puedan torcer en sus convicciones. Sin embargo no se aplica el mismo criterio para quienes cuidan de la salud y la vida de sus congéneres, y algunos, agobiados por la presión social, pueden desviar sus capacidades hacia la sobreprestación y el plus no permitido, aunque sin dejar de lado su compromiso con la racionalidad en el abordaje de los problemas que plantea la enfermedad.
En muchos casos, la retribución indigna e insuficiente obliga al profesional a jornadas agotadoras, multiempleo, subempleo, y en fin a bajar la guardia en la atención eficiente y en el tiempo empleado para sus prácticas, casi siempre urgidos por las mismas instituciones proveedoras de pacientes, con lo que se logra una verdadera cosificación del enfermo. En general los profesionales suelen reaccionar con indignación, que luego se transforma en resignación, que al decir popular "mata al talento". Ya Balzac decía que "la resignación es un suicidio cotidiano".
Esta situación, es de esperar que no sea eterna ni definitiva. Algún día las instituciones profesionales y los profesionales en particular, deberán alzar su voz para reclamar en forma decidida, y hasta compulsiva si el caso lo amerita, por una estrategia que evite la intromisión del lucro empresario en el abordaje de la salud, el respeto del trabajo profesional sin exclusiones ni manipulaciones, y el reconocimiento de la libertad de conciencia de los prestadores de servicios con base en su capacitación y su formación ética.
Si no queremos que se perpetúe la situación actual, la lucha de las viejas y las nuevas generaciones de profesionales deberá apuntar a dichos objetivos, pero siempre con la mirada puesta en el enfermo, que es el motivo de nuestra vocación por lo humano y de nuestra presencia en la sociedad.