En el ejercicio de su profesión, el odontólogo debe enfrentarse a una serie de desafíos que en su mayor parte dependen de su capacidad para resolver los problemas que derivan de las enfermedades bucodentales, los traumatismos y los requerimientos de rehabilitación de la función, y otros ligados con la estética para los que ha sido convenientemente formado en el pre y posgrado.
Sin embargo, en contadas oportunidades, se ve enfrentado a situaciones que entrañan riesgo para sus pacientes originadas en una modificación de su capacidad de respuesta ante estímulos comunes, que son las reacciones de hipersensibilidad, banales en muchos casos, pero que en otros adquieren una inusitada gravedad con fuerte compromiso para su vida.
Una de éstas reacciones desmedidas está representada por el shock anafiláctico. Ante ésta eventualidad, el profesional debe echar mano a una serie de medidas excepcionales con rapidéz y exactitud, para mitigar y controlar los efectos adversos o letales del accidente, y que no siempre pueden preverse.
La producción del shock anafiláctico no obedece a una ineptitud del profesional, ni puede considerarse una acción de mala-praxis, pero adquiere sin duda un compromiso y una responsabilidad inusuales para el mismo.
Resultan importantes y exculpatorios los datos obtenidos en la anamnesis próxima y remota del paciente, que pueden inducir al odontólogo a la toma de medidas preventivas cuando de ellas se desprende alguna reacción producida en oportunidad de tratamientos comunes, y ante la desconfianza no debe obviarse la interconsulta con el alergista. En otros casos éstas medidas no se adoptan por la falta de antecedentes, pues la manifestación se produce por primera vez con los distintos grados con que se presentan las reacciones de hipersensibilidad.
Las reacciones de hipersensibilidad del tipo I, llamadas anafilaxia, son las más comunes, y resultan indeseables no tanto por sus manifestaciones locales, como por la gravedad que adquieren en casos que comprometen la vida del paciente.(ver cuadro).
En la práctica odontológica, existen alergenos como la solución anestésica local, las resinas, los materiales de impresión, los plásticos, el látex de los guantes y el dique de goma, sin descartar algunos medicamentos de acción local o sistémica. Con referencia a los anestésicos locales, con el advenimiento de las amidas puede descartarse una reacción de hipersensibilidad, aunque no ocurre lo mismo con los vasoconstrictores y los conservadores químicos.
Como puede observarse en el cuadro, las reacciones van desde las más simples a las más graves, y
afectan distintas partes, sistemas y funciones orgánicas, cuya solución requiere de una rápida y efectiva intervención.
Cuando la sintomatología comienza a escalar en la gravedad del cuadro, se requiere disponer y estar dispuesto a utilizar ciertos medicamentos, que ante un desenlace con bloqueo de la actividad cardíaca o respiratoria, se centran en el empleo de una solución de adrenalina (adrenalina autoinyectable), y un corticoide (hidrocortisona en dosis de 200 a 500 mg. inyectable). La primera de éstas drogas, ya disponible en nuestro país, representa un paso esencial entre la vida y la muerte cuando se halla instalado el shock, y no debiera faltar en el botiquín de los consultorios y aún en los propios hogares.
La aplicación puede hacerse en forma subcutánea o intramuscular, y ante la gravedad del cuadro no debe desecharse la punción a través de la ropa del afectado.
El espacio entre la vida y la muerte en los casos de shock anafiláctico, está representado por una delgada línea, cuya superación depende de la rapidéz con que se adopten las medidas oportunas por parte del profesional, situación que debe estar entre las previsiones diagnósticas y la disponibilidad de las drogas que pueden controlar la adversidad.
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