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domingo, 15 de diciembre de 2013

MALDICION Y ELOGIO DEL DOLOR DENTAL


¿ A quien que no posea conocimientos médicos, se le ocurriría pensar que el dolor pudiera ser motivo de elogios, y no digno del más implacable de los repudios ? ¡ A quien pudiera ocurrírsele disparate de tamaña naturaleza !.
Sin embargo, el mundo es una cadena de creencias y de avances portentosos que en su momento fueron considerados disparates.
El dolor en la antigüedad, era considerado un azote de los dioses, un castigo de los cielos, y si alguien hubiera osado darle otra explicación basada en la evidencia científica, hubiera sido considerada un disparate.  Sin embargo lo que ayer fue un disparate, hoy puede ser una realidad incontrastable.  Decía mi maestro el Prof. Ries Centeno en su " Elogio al Disparate " " Que Dios mande a éste mundo disparates, que sirvan para algo que sea bueno "
El dolor es el más viejo y estentóreo de los síntomas, y se lo conceptúa desde la ciencia, como absolutamente necesario, porque es una manera que tiene el organismo de proteger y mantener su integridad ( lo que no es un disparate ).  Pero no todos los dolores resultan tan molestos e insoportables como el dolor dental.
La verdad, es que ante un dolor dental, todo se vuelve insignificante y fátuo.  En dicha ocasión te acuerdas que posees una boca, y dentro de ella unas piezas llamadas dientes, y que ante una situación de dolor en tan modestos órganos, te transformas en un lacayo de tu cuerpo, al que no puedes gobernar, aunque te empeñes en buscar soluciones mágicas que te eviten la consulta al odontólogo.
Tu aspecto se empequeñece, tu apetito se derrite, tus ansias de disfrutar la vida se achatan, hasta tu sexualidad se desploma, y tu deseo en ese momento es que nunca debieran haber existido los dientes.
Un sinnúmero de analgésicos, antiinflamatorios, somníferos, colutorios y cualquier medicamento o poción que algún apiadado vecino te facilitó o te sugirió que compraras libremente en la farmacia o en el kiosco, se observan en tu mesita de luz y luego se trasladan en tu portafolios cuando concurres al trabajo.
No obstante, varias veces en el día sufres un arranque de dolor por ráfagas que te atormentan y que te ponen de mal humor.
Muchos te aconsejan " ve al dentista ", pero te resistes y piensas en los trágicos momentos que habrás de pasar según el relato de tus desventurados compañeros de trabajo o familiares consternados al solo hecho de pensar en una entrevista con el profesional que puede aliviar tu mal.
Pero dudas, y el ridículo te invade y adoptas posiciones , ademanes y gestos vergonzantes. Todos te acercan un consejo o tienen un remedio para ofrecerte, pero tus labios apretados, tu cara enrojecida, tus ojos llorosos y tus manos comprimiendo tu mejilla, te hacen pensar que más que consejos humanitarios te están clavando un puñal.  Hasta piensas que la profesía de tu madre se ha cumplido ( ¡ cuida tu salud dental, hijo ! ).
Muchas veces has leído alguna revista de consejos o has consultado la WEB sobre lo mucho que se publica sobre el tormento que estás sufriendo, y sabes muy bien que si hubieras tomado los recaudos preventivos pertinentes que tu madre te insinuó, no estarías pasando por éste drama, pero sin embargo no te maldices como persona, sino que lo haces con tus pobres dientes, y tu único pensamiento ronda sobre la decisión a adoptar : "me trato la lesión o me quito la pieza". Pero si me la extraigo, ¿Qué haré luego con el espacio vacío?; ¿me someteré a una rehabilitación o lo dejaré como estigma de abandono y envejecimiento?.
Pero el encierro en que te encuentras a consecuencia del dolor, te hace perder objetividad y no atisbas a otear el rumbo que puede encaminarte a la solución.
Te intoxicas de analgésicos, antibióticos y corticoides; te haces buches fríos o calientes con algún bálsamo o hierbas medicinales, pero el torvo dolor no cede.
Y sigues divagando, ¿Cómo un humilde trozo de hueso puede llevarme a la desesperación?; ¿ como una pequeña porción de tejido que apenas cabe en el minúsculo hueco del diente puede ser el atroz causante de tanto mal ?. Cuando el dolor amaina transitoriamente piensas en que has logrado superar el escollo, y los pensamientos sobre tu consulta al dentista tienden a relegarse.
Pero el dolor vuelve, una y otra vez, tal como lo presentías, y los   latigazos ahora son más violentos.
Si se te acerca tu esposa o tu hijo los rechazas. Si tu jefe te solicita alguna tarea lo odias. Si tu cliente te inquiere por algún producto le contestas enfadado, y si tu subordinado te comunica en forma sonriente que ha cumplido la misión que le encomendaras, ni te dignas responderle.
Estás triste, taciturno, sombrío y maldicente. Ya no te preocupa el resultado del partido de fútbol de tu equipo favorito. Todo lo que te rodea te resulta ajeno y hastiante, pero sigues dubitativo en encarar la consulta profesional.
Esta situación puedes vivirla en tu casa, tu trabajo, en la calle, durante tus vacaciones y en miles de otras situaciones, y el padecimiento se agudiza en aquellas ocasiones en que te encuentras en compañía de amigos o familiares gozosos y saludables ignorantes de tu padecimiento.
Si estás manejando tu automóvil, te invaden oscuras premoniciones sobre tu sobriedad en el abordaje de los problemas de la calle y del tránsito, y si por casualidad tienes la radio encendida, manoteas la perilla para apagarla y acabar con esa música maldita que te taladra el cerebro.
Tu vida entera en ese momento pasa por tu diente, y el carácter irritable que experimentas exaspera a tus interlocutores ignorantes de tu lógico fastidio, y los induce a pensar en recomendarte un buen psicoterapeuta.  Pero al fin y al cabo el dolor humaniza, y te invita a pensar en evadir rápidamente tu agobio. Y entonces tomas la decisión : " ME VOY AL DENTISTA ". Lo llamas por tu celular, le cuentas a la secretaria tus desventuras, tratándose de un amigo te ubica entre dos pacientes pues tiene completa la agenda.
Llegas con media hora de anticipación, y hasta te olvidas de dar el saludo de práctica a los presentes. Cuando ingresas al consultorio tu amigo ya está preparando la jeringa de anestesia, recibes la punción sin reacciones ampulosas, y a medida que hace su efecto y el hormigueo va reemplazando al dolor te vuelve el alma al cuerpo, y entonces le comunicas a tu amigo : "bueno, ya estoy dispuesto a hacerme lo que haga falta, comienza ya". El odontólogo sin embargo te aclara que no dispone de tiempo en ese momento, pero no obstante te va a practicar una cura de emergencia hasta la próxima cita.
Cuando traspones la puerta de salida ya eres otra persona, saludas con cortesía a los sufridos ocupantes de la sala de espera, le sonríes cordialmente a la secretaria y hasta ya tomas la decisión de volver para completar la recuperación de tu salud dental, y te propones a no dejar de consultar periódicamente al profesional como medida preventiva tal como te lo insinuara tu madre mucho tiempo atrás.
El dolor es sin duda, el maestro indispensable para encauzar el cuidado de nuestro cuerpo. Si él no existiera, nuestra cerrazón nos llevaría a transitar caminos sinuosos e irreversibles, que a la postre desencadenarían nuevos dolores que ésta vez si, serían un presagio de males mayores ante los cuales ya no valdrían actitudes displicentes ni decisiones heroicas, estaríamos ante el drama de un profundo deterioro de nuestra salud, con todas las connotaciones que ello involucra. ¡ Bendito sea el dolor !!!!!!!!.

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